El debut

“Esta vez si la hago, por fin dejarán de joder”, se repetía una y otra vez mientras miraba su rostro de acné en el espejo del baño de su facultad, pasaron casi dos semestres desde aquella primera borrachera con la gente del salón y en la que víctima de la sinceridad que provoca el alcohol le confesó a sus amigos que nunca había estado con una mujer. Desde esa noche se convirtió en el punto del grupo, su castidad dejó de ser una procesión que llevaba sólo por dentro, ahora también tenía que soportar nuestras burlas.

Pero ese día todo pintaba distinto, consiguió un encuentro sexual a través de una página web en la que solíamos navegar para conocer chicas. Como era nuestra costumbre, ingresamos a uno de los salones con computadoras conectadas a internet donde los alumnos buscaban información pero que nosotros usábamos para entrar a salas de Chat y pescar algo.

Pitín nunca había tenido suerte, pero esa tarde contactó a una chica que no se fue con rodeos, no le cortó la conexión cuando él le insinuó algo más que una simple cita de amigos y por el contrario lo incitó a encontrarse con ella esa misma tarde. Sintió temor y desconfianza cuando la conversación se puso caliente y explícita, pero le dije que las mujeres con experiencia hablaban así, que no fuera tonto y que se mandara, era su oportunidad. Todo el grupo había conseguido encuentros íntimos de esa forma.

-No seas huevón, si no quieres ir pásamela, yo voy  – lo presioné.

Amenazado terminó por animarse. No era mal parecido, había heredado el porte militar de su padre y además estudiaba en una buena universidad, ¿Qué chica no querría conocerlo y tener algo con él? Nos enseñó la conversación a todos, por fin iba a hacerlo, por fin iba a dejar de ser el virgen de nuestro grupo y eso lo hacía feliz.


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Salió directo a una farmacia, nervioso pidió una caja de preservativos y la puso en uno de los bolsillos de su mochila, cruzó la Javier Prado para tomar una Couster que recorriera toda la Marina, luego bajó en la avenida Faucett para tomar una pequeña combi hasta la Colonial, ahí era la cita. Atravesó casi toda la ciudad, la zona era poco concurrida y le pareció peligrosa, temeroso quiso irse pero desistió, haber viajado casi dos horas no le importaba tanto como que sus amigos supieran que tuvo miedo.

Se puso a leer los titulares en un quiosco de diarios hecho de madera y pintado de amarillo, luego entró a una tienda para tomar una gaseosa y esperar. A las cuatro en punto caminó hasta la esquina acordada, metros antes de llegar le pareció verla y desaceleró el paso para observarla, no era tan alta como la había imaginado, tampoco era delgada como ella le dijo por el chat, no tenía grandes glúteos y mucho menos senos de diosa como lo enamoró hace unas horas, pero bueno, nunca se dice la verdad al 100% por internet, igual tampoco estaba mal y como decían sus amigos “en tiempo de guerra…”.

Se detuvo de golpe, había llegado la hora de hablarle pero no sabía cómo abordarla, tal vez se asustaría si se acercaba de frente y la saludaba diciendo “hola, soy el del chat”, mejor era caminar despacio hasta conseguir una distancia cercana pero prudente, esperar que ella lo mire  para hacerle un guiño esperando una respuesta de comprobación. No terminó de decidir cuando se dio cuenta que un grupo de chicas conversaba con ella, segundos después caminaban juntas con rumbo desconocido, su cita aún no había llegado.

Siguió esperando, pasaron 2 minutos, 5, 10, 15, 20, 25. Se desesperó, llamó al número que le había dado al final de su conversación por internet, pero le respondió la odiosa contestadora: “deje su mensaje en la casilla de voz”. No lo podía creer, llamó una vez más y lo mismo “deje su mensaje en la casilla de voz”, insistió y “deje su mensaje en la casilla de voz”. Forzando un poco sus pensamientos y como queriendo sentirse mejor, imaginó que la mujer con la que iba a debutar había sido víctima del robo de su celular, o tal vez lo olvidó en casa al momento de salir, incluso pudo haberse quedado sin batería y ya estaba en camino, minutos después entró en razón: lo habían plantado.

Su terca cabeza humillada siguió buscando explicaciones para lo que sucedió, tal vez había sido víctima de algún bromista, incluso pudo haberse tratado de algún delincuente que quería robarle y por eso lo citó en ese solitario lugar. Caminó rápidamente hacia el paradero, mirando a todos lados, subió al primer bus que pasó.

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Bajó en Plaza San Miguel y empezó a dar vueltas por el Centro Comercial sin que el recuerdo de lo sucedido dejara de atormentarlo. Lo peor era que seguiría siendo el lorna del grupo, sus amigos le habían dicho que lo esperarían en la facultad para que les cuente su experiencia “No importa la hora que llegues, acá estaremos esperándote” sentenciaron.

Decidió mentirles, les contaría que la flaca era espectacular, hermosa, alta, de piernas largas, toda una experta en la cama. Les diría que hicieron mil y un poses, casi todo el kamasutra y que luego de más de dos horas de sudor, casi al borde de calambres, se despidió de ella prometiéndole casi obligado que se verían en un par de días. De pronto el temor se apoderó de él ¿qué iba a decir si le pedían detalles? No sabía absolutamente nada respecto a la intimidad femenina, no podría sostener su mentira, estaba perdido.

Entró a un local donde alquilaban computadoras con internet y empezó a buscar páginas donde se ofrecían servicios sexuales. Ya tenía experiencia en esas búsquedas, horas frente a su laptop habían dado como producto toda una selección de posibles candidatas, pero cada vez que llamaba para concretar el encuentro empezaba a tartamudear y terminaba cortando la llamada.

Ingresó a la primera página de Escorts Peruanas que le arrojó Google. Extranjeras, jovencitas, maduritas, chicas VIP, se mostraban en pequeños recuadros a los que había que darles click para ver sus datos y los servicios que ofrecían. Apuntó el número de celular de una colombiana. 28 años, 36B-60-98. Alta, blanca, rubia. Contaba con departamento y ofrecía servicio completo y trato de pareja.
Buscó un parque con poca gente y marcó el número en su celular, timbró varias veces hasta que otra vez la maldita casilla de voz: “deje su mensaje después de la señal”, parecía que todo estaba en su contra. Esta vez no desesperó, esperó unos minutos y volvió a marcar, 1,2, 3 timbradas.

-          Hola ¿En qué puedo ayudarte? – respondió una sexy voz femenina con dejo colombiano.
-          Llamaba por el anuncio en internet.
-          Ok cariño, son 300 por media hora y 400 por una hora, estoy en San Borja, en la cuadra 20 de la avenida San Luis, cuando estés acá me llamas y te doy la dirección exacta, atiendo hasta medianoche.

Tuvo que ir a su casa para sacar dinero. Entró en silencio, pero su madre lo vio cuando subía las escaleras.

-          ¿No tenías clases todo el día?
-          Me olvide un trabajo, lo recojo y salgo.

Sacó el dinero del fondo de uno de sus cajones de ropa y salió corriendo, el taxi lo estaba esperando.

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Llegó a la cuadra 20 de la avenida San Luis, caminó de una esquina a otra con el celular en la mano pero no se animaba a llamar. Quería irse, volver a su casa, pero recordó lo insistente que fueron sus amigos para que regrese a la universidad a contarles su aventura, por lo que terminó de convencerse. El lugar estaba en una calle trasversal a tres cuadras de la avenida principal, era un edificio viejo y triste, oscuro como un mal pensamiento. La puerta de rejas negras oxidadas estaba abierta,  subió hasta el cuarto piso, tocó el timbre y un hombre grande, gordo y barbudo de unos 45 años le abrió la puerta.

-          Vengo a ver a Barbarita – susurró Pitín como pidiendo un favor.

El hombre le señaló una puerta que tenía un número 3 escrito con tiza, caminó lentamente hacía esa pequeña habitación hecha de triplay donde apenas una cama de una plaza y una mesita de noche ocupaban el lugar. A los minutos llegó la mujer, era de mucho más edad que la chica de la foto, se notaban sus raíces negras en el cabello, no era tan esbelta y su acento colombiano era forzado, no era la misma voz que le contestó el teléfono. Estaba nervioso, tartamudeaba, se le cayó el dinero al momento de sacarlo de su bolsillo, la mujer sonrió victoriosa, le dijo que vaya preparándose y salió con el dinero.

Al regresar le explicó fríamente que el servicio terminaba al momento de su eyaculación, luego le pidió que se pare y le desabrochó la camisa, empezó besándole el cuello, bajó a su pecho, llegó a su vientre, él sintió explotar. Sus brazos colgaban como si hubiera perdido su control, no se atrevía a tocarla, no sabía cómo hacerlo. Ella le bajó el pantalón y empezó a masturbarlo por encima del bóxer, él sintió que una terrible y voraz serpiente iba comiéndole los intestinos, de pronto abrió los ojos, quiso aguantar, apretó los puños con tanta fuerza que sus dedos parecieron quebrarse, pero fue demasiado tarde, el reptil había inyectado su veneno. Barbarita no demoró más de dos minutos, Pitín terminó sobre su ropa interior. La mujer le indicó que al fondo del pasillo había un baño, que fuera a lavarse, la sesión había terminado.

Salió del baño y mirando al suelo se dirigió directo a la puerta de salida, no quiso ver a su alrededor, pero sintió que todo el mundo lo destruía con los ojos, el gordo, Barbarita, las paredes, el techo, los muebles, todo. Se sintió burlado, engañado, estafado y como si eso no fuera ya bastante terrible, recordó que sus compañeros lo esperaban en la universidad.

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Lo esperábamos en la escalera de ingreso a nuestra facultad, ya era noche y hacía frío, pero no podíamos irnos, teníamos que esperarlo.

-          ¿Por qué demorará tanto?
-          Debe estar en su casa, seguro se dio cuenta de todo y se fue.
-          Hay que esperar un poco más

En eso lo vimos llegar, sus pasos eran lentos como los de un acusado que se acerca al juez que le dictará sentencia. Su mirada por ratos se dirigía al cielo, como cuando quieres aprenderte la lección a último momento y esperas que él de arriba te de las respuestas, pero sabes que eso casi nunca funciona.

-          ¿Cómo te fue?
-          ¿Qué pasó?
-          ¿La hiciste?

Lo abrumamos con preguntas, pero antes que pudiera responder, notó que nuestras sonrisas se convertían en carcajadas.


Introducción:

La juventud en la otra ribera es un cuento del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro escrito en París el año 1969 y que pertenece al libro Silvio en El Rosedal.
Trata de la historia de un hombre que busca cumplir el clásico sueño de todo joven aspirante a bohemio, viajar a Francia, tomar un café en un pequeño restaurante parisino, vivir en una buhardilla, conocer a una hermosa joven del lugar y seducirla.
Ya siendo una persona de 50 años tiene la oportunidad de viajar a Europa y empieza a vivir su sueño de forma acelerada, aprovechando los pocos días que tiene para que su vida adquiera importancia y valga la pena recordarla.
Y aunque el final del señor Placido no sea el que esperaba (lo matan), seguramente si tuviera que decidir pasar lo mismo y acabar así, lo volvería a hacer.
Este blog pretende algo parecido, busca ser ese espacio donde poder expresar mi pasión por la literatura. 
A través de recuerdos, reflexiones y alguna u otra idea que he podido convertir en historias (malas por cierto) intentaré vivir ese sueño.